jueves, abril 01, 2010

Jesús Crucificado (Semana Santa)

Jesús se encontraba en una condición muy débil. Desde la cena con sus discípulos no había probado un bocado de comida. Aparte de los latigazos, las bofeteadas, y las desveladas había experimentada una lucha agonizante en el Sinaí. Tan terrible había sido esa angustia que su sudor eran como grandes gotas de sangre.

La condición del mundo, del ser humano cuando ha sido consumado por el pecado y contralado por el enemigo es terrible. A pesar del gran sufrimiento de Jesús, nadie se compadecía de Él. El gran peso de la cruz fue mucho para El. Pero nada se quería contaminar, al cargar la cruz de aquel quien sin ellos saberlo representaba el cordero de la pascua.
Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús. Lucas 23:26.
Un forastero, atraído por la conmoción se acerco y vio a un humilde e inocente hombre sufriendo con la cruz pesada sobre El mientras la muchedumbre se burlaba. Simón, no conocía personalmente a Jesús y aunque había escuchado acerca de sus obras no sabía que El era el hijo de Dios. Pero su compasión humana se despertó y sintió el deseo de ayudar a Jesús.

Qué gran bendición fue para Simón, nos dice la sierva del Señor. Desde ese día Simón no solo cargo literalmente la cruz de Cristo sino que cumplió con el llamado que Jesús nos hace.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. Mateo 16:24-27.
Simón no tomó parte en la salvación de la humanidad al cargar la cruz. Pero pienso que recibirá grandes honores en el cielo. Pudo padecer con Cristo. Todo aquel que participa de los sufrimientos de Cristo, aunque para este mundo parezca insignificante, en el cielo recibirá grande recompensa.
Aun en Su agonía, y yendo rumbo al calvario, la atención de Jesús se dirigió al sufrimiento humano.
Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Lucas 23:27-30.
Estas mujeres tampoco creían necesariamente que Jesús era el mesías. Pero eran movidas por simpatía humana. Pero Jesús les dijo que llorasen por si mismas y por sus hijos. Nuevamente, el Señor miraba a las personas que morirían en durante las destrucción de Jerusalén. Los hijos de estas madres que serian exterminados. La imagen no terminaba allí sino que se dirigía al fin del mundo y lo que será para los impíos quienes,
…se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? Apocalipsis 6:15-17.
Finalmente, le crucificaron (Lucas 23:33).
El Señor Jesús, no abrió su boca, no ofreció resistencia, no dijo una sola palabra. Como cordero fue llevado al matadero (Isaías 53) y lo hizo solo por amor a nosotros.
No cabe duda que la muerte en la cruz era una de las peores torturas. Era una muerte lenta y extremadamente dolorosa. Pero El dolor del Señor traspasaba aun ese.
Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Marcos 15:34.
¿Que lo llevó a pronunciar tales palabras?
No era el temor de la muerte lo que le agobiaba. No era el dolor ni la ignominia de la cruz lo que le causaba agonía inefable. Cristo era el príncipe de los dolientes. Pero su sufrimiento provenía del sentimiento de la malignidad del pecado, del conocimiento de que por la familiaridad con el mal, el hombre se había vuelto ciego a su enormidad. Cristo vió cuán terrible es el dominio del pecado sobre el corazón humano, y cuán pocos estarían dispuestos a desligarse de su poder. Sabía que sin la ayuda de Dios la humanidad tendría que perecer, y vió a las multitudes perecer teniendo a su alcance ayuda abundante. *1
Este resultado del pecado lo llevo a realizar la separación con El Padre que jamás había experimentado.
Sobre Cristo como substituto y garante nuestro fué puesta la iniquidad de todos nosotros. Fué contado por transgresor, a fin de que pudiese redimirnos de la condenación de la ley…Toda su vida, Cristo había estado proclamando a un mundo caído las buenas nuevas de la misericordia y el amor perdonador del Padre. Su tema era la salvación aun del principal de los pecadores. Pero en estos momentos, sintiendo el terrible peso de la culpabilidad que lleva, no puede ver el rostro reconciliador del Padre. Al sentir el Salvador que de él se retraía el semblante divino en esta hora de suprema angustia, atravesó su corazón un pesar que nunca podrá comprender plenamente el hombre. Tan grande fué esa agonía que apenas le dejaba sentir el dolor físico. *1
Tan grande es el dolor que cause el pecado cuando ya no se ve la gracia divina. Similar a esto sería nuestro dolor si Cristo no hubiese muerto en la cruz por nosotros. Similar a esto sería nuestro dolor si no tuviésemos esperanza de vida eterna.
Con fieras tentaciones, Satanás torturaba el corazón de Jesús. El Salvador no podía ver a través de los portales de la tumba. La esperanza no le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por el Padre. Temía que el pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultase eterna. *1
Gracias al Señor que nosotros por medio de su sacrificio no tendremos que padecer tal angustia. Lamentablemente, la historia será muy distinta para los que rechacen su llamado. En ese momento Jesús,
Sintió la angustia que el pecador sentirá cuando la misericordia no interceda más por la raza culpable. El sentido del pecado, que atraía la ira del Padre sobre él como substituto del hombre, fué lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios y quebró su corazón. *1
Hago una pequeña pausa, porque siempre me gusta ver la reacción que hay en el cielo ante estos eventos. La historia humana es una historia para todo el universo.
Todo el cielo y los mundos que no habían caído fueron testigos de la controversia. Con qué intenso interés siguieron las escenas finales del conflicto. Vieron al Salvador entrar en el huerto de Getsemaní, con el alma agobiada por el horror de las densas tinieblas. Oyeron su amargo clamor: “Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso.” Al retirarse de él la presencia del Padre, le vieron entristecido con una amargura de pesar que excedía a la de la última gran lucha con la muerte. El sudor de sangre brotó de sus poros y cayó en gotas sobre el suelo. Tres veces fué arrancada de sus labios la oración por liberación. El Cielo no podía ya soportar la escena, y un mensajero de consuelo fué enviado al Hijo de Dios. *2
El Cielo contempló a la Víctima entregada en las manos de la turba homicida y llevada apresuradamente entre burlas y violencias de un tribunal a otro…Burlado, azotado, condenado y llevado a ser crucificado, cargado con la pesada cruz, entre el llanto de las hijas de Jerusalén y los escarnios del populacho. *2
El Cielo contempló con pesar y asombro a Cristo colgado de la cruz, mientras la sangre fluía de sus sienes heridas y el sudor teñido de sangre brotaba en su frente. De sus manos y sus pies caía la sangre, gota a gota, sobre la roca horadada para recibir el pie de la cruz. Las heridas hechas por los clavos se desgarraban bajo el peso de su cuerpo. Su jadeante aliento se fué haciendo más rápido y más profundo, mientras su alma agonizaba bajo la carga de los pecados del mundo. Todo el cielo se llenó de asombro cuando Cristo ofreció su oración en medio de sus terribles sufrimientos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Sin embargo, allí estaban los hombres formados a la imagen de Dios uniéndose para destruir la vida de su Hijo unigénito. ¡Qué espectáculo para el universo celestial! *2
Qué triste para los ángeles, que desde su creación habían adorado y servido a su Señor.
Con asombro, los ángeles presenciaron la desesperada agonía del Salvador. Las huestes del cielo velaron sus rostros para no ver ese terrible espectáculo. La naturaleza inanimada expresó simpatía por su Autor insultado y moribundo. El sol se negó a mirar la terrible escena. Sus rayos brillantes iluminaban la tierra a mediodía, cuando de repente parecieron borrarse. Como fúnebre mortaja, una obscuridad completa rodeó la cruz. “*1
Aun en medio de todo, en la oscuridad y el sufrimiento, Dios está allí, y Jesus confiaba en esa promesa. “Aunque ande en valle de sobra y de muerte Tu estarás conmigo.”
En esa densa obscuridad, se ocultaba la presencia de Dios. El hace de las tinieblas su pabellón y oculta su gloria de los ojos humanos. Dios y sus santos ángeles estaban al lado de la cruz. El Padre estaba con su Hijo. Sin embargo, su presencia no se reveló. Si su gloria hubiese fulgurado de la nube, habría quedado destruido todo espectador humano. En aquella hora terrible, Cristo no fué consolado por la presencia del Padre. Pisó solo el lagar y del pueblo no hubo nadie con él. *1
Finalmente, concluyo la obra que redentora en esa cruz.
Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró. Lucas 23:46.
Pero ya no fue con la tristeza o la angustia que había tenido solo momentos antes.
De repente, la lobreguez se apartó de la cruz, y en tonos claros, como de trompeta, que parecían repercutir por toda la creación, Jesús exclamó: “Consumado es.” “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Una luz circuyó la cruz y el rostro del Salvador brilló con una gloria como la del sol. Inclinó entonces la cabeza sobre el pecho y murió. *1
En esas terribles horas había confiado en la evidencia que antes recibiera de que era aceptado de su Padre. Conocía el carácter de su Padre; comprendía su justicia, su misericordia y su gran amor. Por la fe, confió en Aquel a quien había sido siempre su placer obedecer. Y mientras, sumiso, se confiaba a Dios, desapareció la sensación de haber perdido el favor de su Padre. Por la fe, Cristo venció. *1
Todo fue una victoria. El Señor había cumplido con su misión. Todo aquel que se acercase a Él podía ser salvo.
Bien podían, pues, los ángeles regocijarse al mirar la cruz del Salvador; porque aunque no lo comprendiesen entonces todo, sabían que la destrucción del pecado y de Satanás estaba asegurada para siempre, como también la redención del hombre, y el universo quedaba eternamente seguro. Cristo mismo comprendía plenamente los resultados del sacrificio hecho en el Calvario. Los consideraba todos cuando en la cruz exclamó: “Consumado es.” *2
Ahora por Su sangre tenemos la vida eterna.
Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Hebreos 9:12.
 
¡EL SEÑOR VIENE PRONTO, AMEN, SI, VEN SEÑOR JESÚS!
 
1* El Deseado De Todas Las Gentes, “78. El Calvario”, Elena G. de White
2* El Deseado De Todas Las Gentes, “79. Consumado Es”, Elena G. de White

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