miércoles, marzo 31, 2010

Jesús Y La Cena Parte 1

Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis. Juan 13:1-17
Qué gran lección de humildad les enseñó Jesús a sus discípulos. Siempre existía una rivalidad entre ellos.

¿Quién de todos es el mayor?

No habiendo un sirviente en esta ocasión un de los discípulos se tendría que humillar y lavar los polvorientos pies a los demás. Pero ninguno de ellos estaba dispuesto a rebajarse hasta tal punto.

Jesús se quedo esperando por un momento para ver si alguno reaccionaba y luego él empezó a hacerlo.

Como es posible que el príncipe del universo, aquel que creó el universo se encontrase lavándole los pies a estos hombres insignificantes.

Pedro se quebranto de corazón, entendía su error y no podía dejar a su Señor humillarse de esa forma. “No me lavaras los pies jamás,” fue su respuesta.

Pero Jesús con este los estaba preparando para que trabajasen juntos. Obviamente para este momento ya Judas estaba lejos de la gracia Divina. Pero los otros discípulos necesitaban humillarse, aceptar a Jesús y trabajar unidos. Jesús le respondió, “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.”
Cristo había venido para lavar el corazón de la mancha del pecado. Al negarse a permitir a Cristo que le lavase los pies, Pedro rehusaba la purificación superior incluida en la inferior.*
Este símbolo nos indica nuestra necesidad de la sangre redentora de Jesús. No somos dignos y necesitamos que él nos limpie de toda mancha de pecado.
Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Isaías 1:18.
Como Pedro y sus hermanos, nosotros también hemos sido lavados en la sangre de Cristo, y sin embargo la pureza del corazón queda con frecuencia contaminada por el contacto con el mal. Debemos ir a Cristo para obtener su gracia purificadora. Pedro rehuía el poner sus pies contaminados en contacto con las manos de su Señor y Maestro; pero ¡con cuánta frecuencia ponemos en contacto con el corazón de Cristo nuestros corazones pecaminosos y contaminados! *
Pero aun sin ser dignos o merecedores no hay otro camino a la salvación que Cristo Jesús.
El es el único que puede lavarnos. No estamos preparados para la comunión con él a menos que seamos limpiados por su eficacia.*
Juan lo llamo el cordero que nos limpia.
He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Juan 1:29.
El santo Vigilante del cielo está presente en estos momentos para hacer de ellos momentos de escrutinio del alma, de convicción del pecado y de bienaventurada seguridad de que los pecados están perdonados.*
Pero tal perdón solo esta disponible a aquel que se humilla y va en pos de él. La humildad, la confesión el arrepentimiento son la única salida para nuestra condición actual.
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 1 Juan 1:9.
Interesantemente en estos actos de servicio podemos ver el origen de Dios y su carácter de amor.
En su vida y sus lecciones, Cristo dio un ejemplo perfecto del ministerio abnegado que tiene su origen en Dios. Dios no vive para sí. Al crear el mundo y al sostener todas las cosas, está sirviendo constantemente a otros. El "hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos." * Este ideal de ministerio fue confiado por Dios a su Hijo. Jesús fue dado para que estuviese a la cabeza de la humanidad, a fin de que por su ejemplo pudiese enseñar lo que significa servir. Toda su vida fue regida por una ley de servicio. Sirvió y ministró a todos. Así vivió la ley de Dios, y por su ejemplo nos mostró cómo debemos obedecerla nosotros.*
Qué gran contraste habrá aquel día cuando todo ojo le verá. El que nació en un pesebre, el que fue un humilde carpintero, el que fue maltratado, burlado, colocado entre los criminales y finalmente matado, vendrá en las nubes de los cielo con poder y gran gloria.

Los redimidos irán a morar con el por toda la eternidad. Pero en este momento lo único que podemos hacer para alcanzar ese regalo de salvación es, ir en pos de él y tomar nuestra cruz.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. Mateo 16:24-27.
¡EL SEÑOR VIENE PRONTO, AMEN, SI, VEN SEÑOR JESÚS!

 
* El Deseado De Todas Las Gentes, “71. Un Siervo De Siervos”, Elena G. de White

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