lunes, marzo 29, 2010

Jesús En El Getsemaní

Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Mateo 26:36-42
Fue en este lugar en donde el Señor Jesús tendría su lucha mas grande. Su humanidad se sentía debilitada y angustiada. Las fuerzas se habían ido.
Cada paso le costaba un penoso esfuerzo. Dejaba oír gemidos como si le agobiase una terrible carga. Dos veces le sostuvieron sus compañeros, pues sin ellos habría caído al suelo. *
“Mi alma esta triste hasta la muerte”, fueron sus palabras. El peso del pecado estaba causando una separación tan grande con su Padre que se sentía desesperado. Desde el principio Jesús y su Padre nunca se habían separado. Por primera vez el pecado había creado una densa y oscura separación que Jesús no veía el sol de justicia. Los rayos de misericordia se habían apartado de Él.

Dios ama al pecador, pero odia el pecado. Cargando el pecado de toda la humanidad, Dios ya no podía socorrerle.




Pero Dios sufrió con su Hijo. Los ángeles contemplaron la agonía del Salvador. Vieron a su Señor rodeado por las legiones de las fuerzas satánicas, y su naturaleza abrumada por un pavor misterioso que lo hacia estremecerse. Hubo silencio en el cielo. Ningún arpa vibraba. Si los mortales hubiesen percibido el asombro de la hueste angélica mientras en silencioso pesar veía al Padre retirar sus rayos de luz, amor y gloria de su Hijo amado, comprenderían mejor cuán odioso es a su vista el pecado. *
El enemigo ha corrompido la imagen, el carácter de Dios. El mundo piensa que a Dios no le importan nuestras vidas diarias. Que El no se interesa por nosotros. En medio del dolor y el sufrimiento, El está lejos. Piensa que quizá Dios nos creo y luego dejo a este mundo para que enfrentase su propia suerte. Pero podemos ver que Dios realmente entiende nuestras necesidades y se entristece al vernos sufrir.

El corazón humano anhela simpatía en el sufrimiento. Este anhelo lo sintió Cristo en las profundidades de su ser. *
El que siempre había tenido palabras de simpatía para ellos, sufría ahora agonía sobrehumana, y anhelaba saber que oraban por él y por sí mismos. *
Jesús experimentó tal sentir por el cual podemos ver que Dios se compadecer de nuestras necesidades. No hay lágrimas derramadas que él no vea y con corazón tierno se compadezca. Jesús estuvo allí y conoció sufrimiento para luego poder interceder por nosotros.
 
Tan grande era esta lucha que el Señor le dijo a su Padre, que si era posible pasase sobre él la copa amarga que debía tomar. Pero la relación estrecha con su Padre lo llevaba a siempre aceptar la voluntad de Dios.
 
Pero Su cuerpo continuaba debilitándose y El cayó al suelo mientras oraba al Padre celestial.

Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Lucas 22:34.
La ciencia ha tratado de explicar tal condición. “Hematidrosis”: debido a la angustia experimentada por un individuo, lo vasos capilares en las glándulas sudoríficas se rompen. Esto causa que la persona empiece a sudar gotas de sangre. Como resultado, su piel también queda extremadamente frágil.

Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño. Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras. Entonces vino a sus discípulos y les dijo: Dormid ya, y descansad. He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega. Mateo 26:43-46.
La gran batalla, el conflicto cósmico estaba por determinarse en el huerto del Getsemaní. Lo que había empezado en el cielo y continuado en la tierra se determinaría en este lugar.
 
Las huestes de las tinieblas estaban alrededor de Jesús tratando de destruirle. Así como Satanás con sus ángeles están alrededor nuestro cada día, tratando de destruirnos lo estaban en esa noche con Jesús. Si no fuese por los ángeles poderosos del cielo nosotros seriamos despedazados por las potestades de las tinieblas.
 
El enemigo hizo todo cuanto pudo para convencer a Jesús a que no muriese por la raza humana. No lo merecen, eran sus palabras. Satanás tenía todo en juego en este momento. Le dijo a Jesús: tu propio pueblo te matara, tu discípulo te traicionara, uno de ellos te negará, todos te abandonarán, la mayoría te rechazará.
 
No era demasiado tarde aun. Jesús podía limpiar la gotas de sangre de su desfigurado rostro y ascendido al Padre dejando este mundo a que pereciese tal como lo merecíamos. Por segunda vez le pregunto al Padre si fuese posible que pudiese pasar sobre el esa copa. Nuevamente encontró a sus discípulos durmiendo.
 
Pero El deseaba hacer la voluntad del Padre. Por tercera vez regreso a orar. Si es posible pase de mí esta copa, pero no se haga mi voluntad.

Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Lucas 22:43.
El ángel que tomo el puesto de Lucifer en el cielo descendió para fortalecer a Jesús. No quitaría la copa amarga de sus manos, tampoco le daría fuerzas sobrehumanas para sobrellevar esta carga. Pero le mostraría la razón por la cual El había decidido morir por esta raza caída.

Le mostró los cielos abiertos y le habló de las almas que se salvarían como resultado de sus sufrimientos. Le aseguró que su Padre es mayor y más poderoso que Satanás, que su muerte ocasionaría la derrota completa de Satanás, y que el reino de este mundo sería dado a los santos del Altísimo. Le dijo que vería el trabajo de su alma y quedaría satisfecho, porque vería una multitud de seres humanos salvados, eternamente salvos. La agonía de Cristo no cesó, pero le abandonaron su depresión y desaliento. La tormenta no se había apaciguado, pero el que era su objeto fue fortalecido para soportar su furia. Salió de la prueba sereno y henchido de calma. Una paz celestial se leía en su rostro manchado de sangre. Había soportado lo que ningún ser humano hubiera podido soportar; porque había gustado los sufrimientos de la muerte por todos los hombres. *
Jesús no nos dejaría a perecer sin esperanza. En medio del dolor y el sufrimiento que padecemos en este terrible mundo podemos mirar hacia el cielo y ver que nos espera algo mejor.

Ve que los transgresores de la ley, abandonados a si mismos, tendrían que perecer. Ve la impotencia del hombre. Ve el poder del pecado. Los ayes y lamentos de un mundo condenado surgen delante de él. Contempla la suerte que le tocara, y su decisión queda hecha. Salvará al hombre, sea cual fuere el costo. Acepta su bautismo de sangre, a fin de que por él los millones que perecen puedan obtener vida eterna. *
La decisión queda hecha y la batalla decidida. Gracias a Dios podemos ser salvos. Gracias a la muerte de Jesús estaremos en el cielo aunque no lo merezcamos.
 
Pero habiendo hecho tan grande sacrificio por amor, ahora nosotros debemos aceptarle. Nosotros debemos ir en pos de Él y aceptar tan grande salvación.





¡EL SEÑOR VIENE PRONTO, AMEN, SI, VEN SEÑOR JESÚS!


 
* El Deseado De Todas Las Gentes, “74. Getsemaní”, Elena G. de White

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