Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. 2 Corintios 3:18.Durante el largo tiempo que Moisés pasó en comunión con Dios, su rostro había reflejado la gloria de la presencia divina. Sin que él lo supiera, cuando descendió del monte, su rostro resplandecía con una luz deslumbrante. Ese mismo fulgor iluminó el rostro de Esteban cuando fue llevado ante sus jueces; “entonces todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel”. Hechos 6:15.
Tanto Aarón como el pueblo se apartaron de Moisés, “y tuvieron miedo de llegarse a él”. Viendo su terror y confusión, pero ignorando la causa, los instó a que se acercaran. Éxodo 34:29-31. Les traía la promesa de la reconciliación con Dios, y la seguridad de haber sido restituidos a su favor. En su voz no percibieron otra cosa que amor y súplica, y por fin uno de ellos se aventuró a acercarse a él. Demasiado temeroso para hablar, señaló en silencio el semblante de Moisés, y luego hacia el cielo. El gran jefe comprendió. Conscientes de su culpa, sintiéndose todavía objeto del desagrado divino, no podían soportar la luz celestial que, si hubieran obedecido a Dios, los habría llenado de gozo...
Mediante este resplandor, Dios trató de hacer comprender a Israel el carácter santo y exaltado de su ley, y la gloria del evangelio revelado mediante Cristo. Mientras Moisés estaba en el monte, Dios le dio no sólo las tablas de la ley, sino también el plan de la salvación. Vio que todos los símbolos y tipos de la época judaica prefiguraban el sacrificio de Cristo; y era tanto la luz celestial que brota del Calvario como la gloria de la ley de Dios lo que hacia fulgurar el rostro de Moisés. Aquella iluminación era un símbolo de la gloria del pacto del cual Moisés era el mediador visible, el representante del único Intercesor verdadero.
La gloria reflejada en el semblante de Moisés representa las bendiciones que, por medio de Cristo, ha de recibir el pueblo que observa los mandamientos de Dios. Atestigua que cuanto más estrecha sea nuestra comunión con Dios, y cuanto más claro sea nuestro conocimiento de sus requerimientos, tanto más plenamente seremos transfigurados a su imagen, y tanto más pronto llegaremos a ser participantes de la naturaleza divina.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 340, 341.
¡EL SEÑOR VIENE PRONTO, AMEN, SI, VEN SEÑOR JESÚS!
* 28 de Enero - Ser Semejante a Jesús, "Transformados por la comunión con Dios", Elena G. de White
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