Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Romanos 8:1.El Espíritu Santo fue prometido para acompañar a los que están luchando por la victoria. Demuestra su poder al dotar al agente humano con fuerza sobrenatural, y también al instruir al ignorante en los misterios del reino de Dios. El Espíritu Santo es nuestro Ayudador. ¿Qué beneficio habríamos tenido si el Hijo de Dios se hubiera humillado, soportado las tentaciones del astuto enemigo, luchado contra él durante su vida sobre la tierra y muerto en lugar del pecador para que la humanidad no pereciera, si el Espíritu no hubiese sido dado como un agente regenerador que obra constantemente para hacer efectivo en nosotros lo que había sido logrado por el Redentor del mundo?
El Espíritu Santo implantado en los discípulos les permitió sostenerse firmes contra la idolatría y exaltar sólo a Dios.
El Espíritu Santo también guió la pluma de los historiadores sagrados para que el registro de las preciosas palabras y obras de Cristo se presentara al mundo. El Espíritu Santo está constantemente procurando atraer la atención de los hombres al gran sacrificio hecho sobre la cruz del Calvario, tratando de presentar ante el mundo el amor de Dios por el hombre y de abrir ante las personas convencidas las preciosas promesas de las Escrituras.
Es el Espíritu Santo quien trae a las mentes oscurecidas los brillantes rayos del Sol de Justicia; el que hace arder los corazones de los hombres despertando la inteligencia a las verdades eternas. Es el Espíritu Santo quien produce la tristeza piadosa que obra el arrepentimiento del que no hay que arrepentirse, e inspira fe en el único que puede salvar del pecado. Es el Espíritu Santo quien transforma el carácter al retirar el afecto que los hombres ponen en las cosas temporales y perecederas, para centrarlo en la herencia inmortal, la imperecedera sustancia eterna. El Espíritu Santo recrea, refina y santifica a los agentes humanos para que puedan llegar a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial.—The Signs of the Times, 17 de abril de 1893.
¡EL SEÑOR VIENE PRONTO, AMEN, SI, VEN SEÑOR JESÚS!
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