Los ángeles de Dios no desean alcanzar un conocimiento más elevado que el conocimiento de la voluntad de Dios; y su mayor delicia consiste en cumplir la perfecta voluntad del Padre celestial. El hombre caído tiene el privilegio de comprender la voluntad de Dios. Mientras se nos concede un tiempo de prueba deberíamos ejercer nuestras facultades al máximo, para lograr todo lo posible, y mientras tratamos de lograr un elevado desarrollo intelectual, deberíamos comprender nuestra dependencia de Dios, porque sin su gracia nuestros esfuerzos no producirán beneficios duraderos. Seremos vencedores por medio de la gracia de Cristo; por los méritos de su sangre seremos contados entre aquellos cuyos nombres no serán borrados del libro de la vida. Los que logren la victoria finalmente vivirán una vida que se equipara con la de Dios y se ceñirán la corona del vencedor. Puesto que nos aguarda esta grande y eterna recompensa, deberíamos correr con paciencia la carrera, mirando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.
¡EL SEÑOR VIENE PRONTO, AMEN, SI, VEN SEÑOR JESÚS!
* Cada Día con Dios, “La Herencia Inmortal”, Elena G. de White
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