No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Juan 14:18.Cristo deseaba que sus discípulos entendieran bien que él no los abandonaría. “No os dejaré huérfanos—declaró—; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis” Juan 14:18, 19. ¡Preciosa y gloriosa garantía de vida eterna! Aunque tenía que ausentarse, la relación que ellos podrían tener con él era la misma que existe entre un niño y sus padres.
“En aquel día—continuó diciendo—vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros” Juan 14:20. Deseaba que sus discípulos entendieran bien la diferencia que hay entre los que son de este mundo y los que están en Cristo. Estaba próximo a morir, pero anhelaba que tuvieran la certeza de que volvería a vivir. Y después de la ascensión, aunque para los discípulos estuviera ausente, sin embargo, mediante la fe podrían verlo, conocerlo y saber que él continuaría teniendo el mismo interés y amor que les manifestó cuando estuvo con ellos...
Podemos saber qué les prometió a los discípulos porque ellos mismos nos transmitieron su mensaje. El Consolador nos pertenece a nosotros tanto como a ellos en todo tiempo y lugar, en toda tristeza y aflicción, cuando la perspectiva parece sombría y el futuro incierto, o cuando sentimos que estamos solos y desamparados. Esas son las situaciones cuando el Consolador es enviado en respuesta a la oración de fe.
No hay quien nos consuele como lo hace Cristo, tan tierno y verdadero. El es sensible a nuestros sentimientos de flaqueza. Su Espíritu habla a nuestros corazones. Las circunstancias pueden separarnos de nuestros amigos, y el inmenso y agitado océano interponerse entre nosotros y ellos. Aunque la amistad sincera de ellos se mantenga, podría ser que su incapacidad no les permita hacer por nosotros algo que agradeceríamos muchísimo. Sin embargo, no hay situaciones ni distancias que puedan separarnos de nuestro Consolador celestial. Doquiera estemos o vayamos, siempre estará a nuestro lado quien nos fue dado en lugar de Cristo, y actuará en su nombre. Siempre estará presente para confortarnos con expresiones apacibles que sustentan, sostienen, afianzan, defienden y alegran.
La influencia del Espíritu Santo es la vida de Cristo en cada creyente. Actúa en y por intermedio de todos los que reciben a Cristo. Los que aceptan que el Espíritu habite en ellos, el fruto de su vida lo hará evidente: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad y fe.—The Review and Herald, 26 de octubre de 1897.
¡EL SEÑOR VIENE PRONTO, AMEN, SI, VEN SEÑOR JESÚS!
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