lunes, diciembre 20, 2010

Pensamiento Del Día

Vi que algunos de los hijos de Dios están amodorrados, soñolientos o despiertos tan sólo a medias, sin advertir en qué tiempo vivimos ni que ya entró el hombre de la “escobilla,”1 ni tampoco que algunos corren el peligro de ser barridos. Rogué a Jesús que los salvara, y les dejase un poco más de tiempo para que vieran el peligro y se prepararan antes de que fuese para siempre demasiado tarde. El ángel dijo: “La destrucción viene como un violento torbellino.” Le supliqué que se compadeciese y salvase a quienes amaban al mundo y estaban apegados a sus bienes, sin voluntad para desprenderse de ellos ni para sacrificarse a fin de mandar con apremio mensajeros que apacentaran a las hambrientas ovejas que perecían por falta de alimento espiritual.

Me fué tan penoso el espectáculo de las pobres almas moribundas por falta de la verdad presente y el de algunos que, a pesar de profesar creerla, las dejaban morir porque no proveían los medios necesarios para proseguir la obra de Dios, que le rogué al ángel que lo apartara de mi vista. Vi que cuando la causa de Dios exigía de algunos el sacrificio de sus haciendas, se alejaban entristecidos como el joven que se llegó a Jesús (Mateo 19:16-22), pero que muy luego el inminente azote se descargaría sobre ellos y les arrebataría todas sus posesiones, y entonces sería demasiado tarde para sacrificar los bienes terrenales y allegar un tesoro en el cielo.

Vi después al glorioso Redentor, incomparablemente bello y amable, que, dejando su reino de gloria, vino a este obscuro y desolado mundo para dar su preciosa vida y morir, el justo por los injustos. Mientras estuvo cargado con la pesadumbre de los pecados del mundo, soportó las befas, los escarnios y la trenzada corona de espinas, y sudó gotas de sangre en el huerto. El ángel me preguntó: “¿Por quién esto?” ¡Oh! yo veía y comprendía que era por nosotros; que por nuestros pecados sufrió todo aquello, a fin de que con su preciosa sangre pudiese redimirnos para Dios.


¡EL SEÑOR VIENE PRONTO, AMEN, SI, VEN SEÑOR JESÚS!


* Primeros Escritos, "A la Pequeña Grey”, Elena G. de White

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