Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión, diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos cometido iniquidad, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. Daniel 9:4, 5.La santificación espuria, con su jactancioso espíritu de justicia propia, es extraña a la religión de la Biblia. La mansedumbre y la sumisión son frutos del Espíritu. El profeta Daniel fue un ejemplo de auténtica santificación. Su vida fructífera se caracterizó por un incondicional servicio al Maestro. Fue una persona muy amada por el cielo (véase Daniel 10:11), y se le concedió una honra tal que raramente ha sido otorgada a los mortales. Además, la pureza de su carácter y su fidelidad a toda prueba era igualada únicamente por la sumisión y contrición que lo caracterizaban.
Este honroso profeta estaba tan identificado con el indiscutiblemente pecaminoso pueblo de Israel que, en lugar de considerarse puro y santo, imploró: “Porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias”. “Hemos pecado, hemos hecho impíamente”. “A causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro”.
Después afirmó: “Estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo” Daniel 9:18, 15, 16, 20. Y al final, cuando el Hijo de Dios vino en respuesta a sus plegarias con el propósito de instruirlo, testificó: “Mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno” Daniel 10:8.
Los que realmente están buscando la perfección del carácter jamás deben dejarse dominar por la idea de que son sin pecado. Cuanto más se espacie la mente en el carácter de Cristo, y cuando más se aproxime a su divina imagen, tendrá un discernimiento más claro acerca de su perfección inmaculada; en consecuencia, mayor y más profundo será el concepto de sus defectos y debilidades. Los que piensan estar libres del pecado, manifiestan que están lejos de la santidad. Dicha actitud es el resultado de no tener un conocimiento claro acerca de Cristo, pues creen que pueden reflejar su divina imagen teniéndose a sí mismos como modelo. Cuanto mayor sea la distancia entre el creyente y el Salvador, más justa se considerará la persona en su propia opinión.—The Spirit of Prophecy 4:301, 302.
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