El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. Lucas 4:18, 19.Cristo no dijo una palabra para revelar su importancia o mostrar su superioridad; no ignoró a sus semejantes. Por su relación con Dios, no pretendió ninguna autoridad, pero sus palabras y actos mostraban que poseía el conocimiento de su misión y su carácter. Habló de las cosas celestiales como quien estaba familiarizado con ellas. Habló de su intimidad y unidad con el Padre como un niño hablaría de su relación con sus padres. Habló como uno que había venido para iluminar al mundo con su gloria. Nunca asistió a las escuelas de los rabinos; porque él era el Maestro enviado por Dios para instruir a la humanidad. Como aquel en quien está todo el poder restaurador, Cristo habló de atraer a todos los hombres hacia sí y de dar vida eterna. En él hay poder para sanar cada enfermedad física y espiritual.
Cristo vino a nuestro mundo con una conciencia de grandeza más que humana, y para realizar una obra que sería infinita en sus resultados. ¿Dónde lo habríamos encontrado cuando hacía su obra?: En la casa de Pedro el pescador, descansando junto al pozo de Jacob, hablándole a la samaritana del agua viva. Generalmente enseñaba al aire libre, pero a veces lo hacía en el templo, porque él asistía a las reuniones del pueblo judío. Pero con mayor frecuencia enseñaba sentado en la ladera de un monte, o en la barca de un pescador. Entraba en las vidas de estos humildes pescadores. Su simpatía estaba siempre del lado de los sufrientes, los necesitados, los despreciados; y muchos eran atraídos hacia él.
Cuando se ideó el plan de redención, se decidió que Cristo no aparecería con su carácter divino; porque entonces no podría asociarse con los angustiados y los sufrientes. Debía venir como un hombre pobre. Podría haber venido de acuerdo con su exaltada posición en las cortes celestiales; pero no fue así. Debía alcanzar las mayores profundidades del sufrimiento y pobreza humanos, para que los abrumados y frustrados pudieran oír su voz.—The Signs of the Times, 24 de junio de 1897.
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