Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. 1 Timoteo 1:12-14.Quienes quieran tener éxito en ganar conversos para Cristo deben llevar consigo la influencia del Espíritu Santo. Pero, cuán poco se conoce respecto a su actuación. Se ha dicho muy poco acerca de la importancia de estar imbuidos del Espíritu Santo. Sin embargo, es mediante el Espíritu Santo como las personas son atraídas a Cristo, y sólo por su poder el ser humano puede ser purificado. El Salvador dijo: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”. Juan 16:8.
Cristo ha prometido el don del Espíritu Santo a su iglesia, pero cuán poco se aprecia esta promesa y se siente este poder en ella. Además, pocas veces se habla acerca de este poder a la gente. El Salvador dijo: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Hechos 1:8. Con la recepción de esta virtud todos los demás dones son nuestros. Necesitamos tener este don de acuerdo con la plenitud de las riquezas de la gracia de Jesús, puesto que él está listo a darlo a cada persona de acuerdo con su capacidad de recibir. Entonces, no quedemos satisfechos con sólo un poco de esta bendición, apenas una medida que nos evite la somnolencia moral, sino que seamos diligentes en buscar la abundancia de la gracia de Dios.
Permita Dios que su poder convertidor se sienta en toda esta gran congregación. Oh, que el poder de Dios descanse sobre su pueblo. Lo que necesitamos diariamente es piedad. También necesitamos escudriñar cada día las Escrituras, y orar fervientemente que el poder del Espíritu Santo nos haga idóneos para ocupar nuestro lugar en su viña. Ninguno está preparado para educar y fortalecer a la iglesia a menos que haya recibido el don del Espíritu Santo.—The Review and Herald, 29 de marzo de 1892.