sábado, marzo 31, 2012

Pensamiento Del Día

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Romanos 12:2.
Muchos, en vez de consagrar sus medios al servicio de Dios, consideran su dinero como suyo propio y dicen que tienen el derecho a usarlo como les plazca. Al igual que los habitantes del mundo de los días de Noé, usan los dones de Dios para su propio servicio. Aun algunos que profesan conocer y amar al Señor hacen esto. Dios les ha revelado su voluntad. Los ha invitado a que le entreguen todo lo que tienen, pero el amor al mundo ha pervertido su voluntad y endurecido su corazón. No quieren obedecer a Aquel a quien deben todo lo que poseen. Sin hacer caso de su llamado, estrechan sus tesoros entre sus brazos, olvidándose de que el Dador tiene alguna demanda sobre ellos. De esa manera las bendiciones dadas por Dios se convierten en una maldición, porque se hace un mal uso de los medios.

Cristo entendió el peligro del amor al dinero, porque dijo: “¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas!” Marcos 10:24... Hoy día nos invita a que demos una atención concienzuda a nuestros intereses eternos. Quiere que subordinemos cada interés terrenal a su servicio. “Porque, ¿qué aprovechará al hombre”, pregunta Jesús, “si ganare todo el mundo y perdiere su alma?” Mateo 16:26.

El derecho de Dios a nuestro servicio se mide por el sacrificio infinito que hizo para nuestra salvación. “Mirad cual amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. 1 Juan 3:1. Por amor a nosotros, Jesús vivió una vida de tristeza y privaciones. Él era puro y santo, y sin embargo sobre él fue puesta la iniquidad de todos nosotros... Con un toque de su mano curó a los enfermos, y con todo sufrió fuerte dolor corporal. Expulsó a demonios con una palabra, y libró a los que estaban atados por las tentaciones de Satanás; y sin embargo le asaltaron tentaciones como nunca asaltaron a ninguno. Levantó a los muertos por su poder, y sin embargo sufrió la agonía de la muerte más terrible.

Todo esto lo sufrió Cristo por nosotros. ¿Qué le estamos dando en cambio? Él, la Majestad del cielo, se sometió pacientemente a la burla y al insulto... ¿Consideraremos demasiado grande algún sacrificio? ¿Vacilaremos en rendir a Dios un culto racional?—The Signs of the Times, 21 de enero de 1897.

viernes, marzo 30, 2012

Pensamiento Del Día

Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro? Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Lucas 16:12, 13.
Hay muchos que profesan ser cristianos y no están unidos con Cristo. Su vida diaria y su espíritu dan testimonio de que Cristo, la esperanza de la gloria, no mora en ellos. No se puede depender de ellos, ni confiar en ellos. Están ansiosos por reducir su servicio al mínimo de esfuerzo y al mismo tiempo obtener el máximo de salario. El nombre “siervo” se aplica a toda persona, pues todos lo somos, y nos convendrá ver a qué molde nos conformamos. ¿Es al de la infidelidad o al de la fidelidad?

¿Están los siervos generalmente dispuestos a hacer todo lo que pueden? ¿No es más bien costumbre prevaleciente deslizarse por el trabajo tan rápida y fácilmente como sea posible y obtener el salario al menos costo posible? El fin no es ser tan cabal como se pueda, sino obtener una remuneración. Los que profesan ser siervos de Cristo no deberían olvidar el precepto del apóstol Pablo: “Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”. Colosenses 3:22-24.

Los que entran en la obra como “siervos del ojo” hallarán que su trabajo no puede resistir la inspección de los mortales o de los ángeles. Lo esencial para el éxito en el trabajo es el conocimiento de Cristo; pues este conocimiento dará sanos principios de rectitud, e impartirá un espíritu noble, abnegado, como el de nuestro Salvador a quien profesamos servir. La fidelidad, la economía, el cuidado y la prolijidad debieran caracterizar todo nuestro trabajo, ya sea en la cocina, el taller, las oficinas de las casas editoras, el sanatorio, el colegio o dondequiera estemos ubicados en la viña del Señor. “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto”. Lucas 16:10.—Mensajes para los Jóvenes, 227, 228.

jueves, marzo 29, 2012

Pensamiento Del Día

El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Lucas 16:10.
El carácter es poder. El testimonio silencioso de una vida sincera, abnegada y piadosa, tiene una influencia casi irresistible. Al revelar en nuestra propia vida el carácter de Cristo, cooperamos con él en la obra de salvar almas. Podemos cooperar con él solamente revelando en nuestra vida su carácter. Y cuanto más amplia es la esfera de nuestra influencia, mayor bien podemos hacer. Cuando los que profesan servir a Dios sigan el ejemplo de Cristo practicando los principios de la ley en su vida diaria; cuando cada acto dé testimonio de que aman a Dios más que todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos, entonces la iglesia tendrá poder para conmover al mundo.

Pero nunca ha de olvidarse que la influencia no ejerce menos poder para el mal. Perder la propia alma es algo terrible, pero ser la causa de la pérdida de otras almas es más terrible aún. Resulta espantoso pensar que nuestra influencia pueda ser un sabor de muerte para muerte; no obstante, es posible. Muchos de los que profesan recoger con Cristo, están alejando a otros de él. Por esto la iglesia es tan débil. Muchos se permiten criticar y acusar a otros libremente. Al dar expresión a las suspicacias, los celos y el descontento, se convierten en instrumentos de Satanás. Antes de que se den cuenta de lo que están haciendo, el adversario ha logrado por medio de ellos su propósito. La impresión del mal ha sido hecha, la sombra ha sido arrojada, las flechas de Satanás han dado en el blanco. La desconfianza, la incredulidad y un escepticismo absoluto han hecho presa de los que de otra manera hubieran aceptado a Cristo.

Entre tanto, los siervos de Satanás miran complacidos a aquellos a quienes han conducido al escepticismo, y que hoy están endurecidos contra la reprensión y la súplica. Se jactan de que en comparación con esas almas, ellos son virtuosos y justos. No se dan cuenta de que estos pobres náufragos del carácter son la obra de sus propias lenguas irrefrenadas y de su rebelde corazón. Mediante su propia influencia han caído esas almas tentadas.

Así la frivolidad, la complacencia propia y la descuidada indiferencia de los profesos cristianos están apartando a muchas almas del camino de la vida. Son muchos los que temerán encontrarse ante el tribunal de Dios con los resultados de su influencia.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 275, 276.

miércoles, marzo 28, 2012

Pensamiento Del Día

Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención... Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Efesios 4:30, 32.
La vida de Cristo era de una influencia siempre creciente, sin límites; una influencia que lo ligaba a Dios y a toda la familia humana. Por medio de Cristo, Dios ha investido a los hombres y a las mujeres de una influencia que les hace imposible vivir para sí. Estamos individualmente vinculados con nuestros semejantes, somos una parte del gran todo de Dios y nos hallamos bajo obligaciones mutuas. Nadie puede ser independiente de sus prójimos, pues el bienestar de cada uno afecta a los demás. Es el propósito de Dios que cada uno se sienta necesario para el bienestar de los otros y trate de promover su felicidad.

Cada alma está rodeada de una atmósfera propia, de una atmósfera que puede ser cargada del poder vivificante de la fe, el valor y la esperanza, y endulzada por la fragancia del amor. O puede ser pesada y fría por causa de la bruma del descontento y el egoísmo, o estar envenenada por la contaminación fatal de un pecado acariciado. Toda persona con la cual nos relacionamos queda, consciente o inconscientemente, afectada por la atmósfera que nos rodea.

Es ésta una responsabilidad de la que no nos podemos librar. Nuestras palabras, nuestros actos, nuestro vestido, nuestra conducta, hasta la expresión de nuestro rostro, tienen influencia. De la impresión así hecha dependen resultados para bien o para mal que nadie puede medir. Cada impulso impartido de ese modo es una semilla sembrada que producirá su cosecha. Es un eslabón de la larga cadena de acontecimientos humanos, que se extiende hasta no sabemos dónde.

Si por nuestro ejemplo ayudamos a otros a desarrollar buenos principios, les damos poder para hacer el bien. Ellos a su vez ejercen la misma influencia sobre otros, y éstos sobre otros más. De este modo, miles pueden ser bendecidos por nuestra influencia inconsciente.

Arrojen una piedrecita al lago, y se formará una onda, y otra y otra, y a medida que crecen éstas, el círculo se agranda hasta que llega a la costa misma. Lo mismo ocurre con nuestra influencia. Más allá del alcance de nuestro conocimiento o dominio, obra en otros como una bendición o una maldición.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 274, 275.

martes, marzo 27, 2012

Pensamiento Del Día

Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Efesios 4:29.
Como seguidores de Cristo hemos de hacer que nuestras palabras sean motivos de ayuda y ánimo mutuos en la vida cristiana. Necesitamos hablar mucho más de lo que solemos de los capítulos preciosos de nuestra experiencia. Debiéramos hablar de la misericordia y la amante bondad de Dios, de la incomparable profundidad del amor del Salvador. Nuestras palabras debieran ser palabras de alabanza y agradecimiento. Si la mente y el corazón están llenos del amor de Dios, éste se revelará en la conversación.

No será un asunto difícil impartir aquello que forma parte de nuestra vida espiritual. Los grandes pensamientos, las nobles aspiraciones, las claras percepciones de la verdad, los propósitos altruistas, los anhelos de piedad y santidad, llevarán fruto en palabras que revelarán el carácter del tesoro del corazón. Cuando Cristo sea así revelado por nuestras palabras, éstas poseerán poder para ganar almas para él.

Hemos de hablar de Cristo a quienes no lo conocen. Hemos de obrar como lo hizo Cristo. Doquiera él estuviera: en la sinagoga, junto al camino, en un bote algo alejado de la tierra, en el banquete del fariseo o en la mesa del publicano, hablaba a la gente de las cosas concernientes a la vida superior. Relacionaba la naturaleza y los acontecimientos de la vida diaria con las palabras de verdad. El corazón de sus oyentes era atraído hacia él; porque él había sanado a sus enfermos, había consolado a los afligidos, y, tomando a sus niños en sus brazos, los había bendecido. Cuando él abría los labios para hablar, la atención se concentraba en él, y cada palabra era sabor de vida para vida para algún alma.

Así debe ser con nosotros. Doquiera estemos, hemos de procurar aprovechar las oportunidades que se nos presentan para hablar a otros del Salvador. Si seguimos el ejemplo de Cristo en hacer el bien, los corazones se nos abrirán como se le abrían a él. No bruscamente, sino con tacto impulsado por el amor divino, podremos hablarles de Aquel que es “señalado entre diez mil”, y “todo él codiciable”. Cantares 5:10, 16. Esta es la obra suprema en la cual podemos emplear el talento del habla. Dicho talento nos ha sido dado para que podamos presentar a Cristo como el Salvador que perdona el pecado.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 273, 274.