domingo, junio 05, 2011

Pensamiento Del Día

Y vosotros sois testigos de estas cosas. He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. Lucas 24:48, 49.
Después del derramamiento del Espíritu Santo, e investidos con la armadura divina, los discípulos salieron con el propósito de testificar acerca de las maravillosas historias del pesebre y de la cruz. Aunque sencillos, estos hombres llevaron la verdad. Después de la muerte del Señor, el grupo se sintió desamparado, frustrado y desanimado; como ovejas sin pastor. Sin embargo, ahora salieron a testificar de la verdad sin más armamento que la Palabra y el Espíritu de Dios que les dieron el poder para vencer toda oposición. El Salvador había sido rechazado, condenado y clavado a una cruz ignominiosa. Los sacerdotes judíos y las autoridades habían declarado con desdén: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz y creeremos en él” Mateo 27:42.

Sin embargo, aunque la cruz fue un instrumento de tortura y vergüenza, llegó a ser símbolo de esperanza y salvación para el mundo. Los creyentes fueron reanimados; la desesperanza y la sensación de desamparo los abandonó. Entonces, y en virtud de que ahora estaban unidos por los lazos del amor de Cristo, el carácter les fue transformado. Desprovistos de riquezas, y aunque por la manera de expresarse los demás los consideraban como pescadores ignorantes, en virtud de la obra del Espíritu Santo llegaron a ser poderosos testigos de Cristo. Sin honras terrenas o reconocimiento social, fueron héroes de la fe. De sus labios brotaron elocuentes palabras divinas que estremecieron al mundo.

Los capítulos tercero, cuarto y quinto de Hechos registran los detalles de su testificación. Los que rechazaron y crucificaron al Salvador esperaban que los desanimados y cabizbajos discípulos volvieran las espaldas al Señor. Sin embargo, atónitos tuvieron que escuchar el audaz testimonio que ellos dieron con el poder del Espíritu Santo. Las palabras y obras de los apóstoles representaron tan bien las expresiones y el ministerio de su Maestro, que los demás no pudieron menos que reconocer que hablaban en forma semejante a Cristo como resultado de haber aprendido de él. “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos” Hechos 4:33.—The Ellen G. White 1888 Materials, 1543.

sábado, junio 04, 2011

Pensamiento Del Día

Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. 2 Corintios 5:20.
Somos embajadores de Cristo y no debemos vivir para salvar nuestra reputación, sino para salvar a los que perecen. Debiéramos esforzarnos diariamente para mostrarles que pueden alcanzar la verdad y la justicia. En lugar de ganarnos la simpatía de los demás causando la impresión de que no somos apreciados, debemos olvidarnos enteramente de nuestro yo; y si fallamos en lograr esto, a causa de la falta de discernimiento espiritual y de piedad vital, Dios requerirá de nuestras manos la vida de las personas por quienes debiéramos haber trabajado. Ha hecho provisión para que cada obrero que esté a su servicio pueda recibir gracia y sabiduría, a fin de llegar a ser una epístola viviente, conocida y leída por todos los hombres.

Por medio del acto de velar y la oración podemos cumplir lo que el Señor se propone que realicemos. Mediante el cumplimiento fiel y cuidadoso de nuestro deber, velando por los otros como quienes tienen que rendir cuenta, podemos eliminar las piedras de tropiezo del camino de los demás. Mediante sinceras advertencias e instancias, con nuestras propias mentes llenas de tierna solicitud por los que están a punto de perecer, podemos ganar conversos para Cristo.

Quisiera que todos mis hermanos y hermanas recordasen que es un asunto muy serio contristar al Espíritu Santo, y él es contristado cuando el instrumento humano procura trabajar por sí mismo y rehúsa ponerse al servicio del Señor, porque la cruz es demasiado pesada o la abnegación que debe manifestar es demasiado grande. El Espíritu Santo procura morar en cada creyente. Si se le da la bienvenida como un huésped de honor, quienes lo reciban serán hechos completos en Cristo. La buena obra comenzada se terminará; los pensamientos santificados, los afectos celestiales y las acciones como las de Cristo ocuparán el lugar de los sentimientos impuros, los pensamientos perversos y los actos rebeldes.

El Espíritu Santo es un Maestro divino. Si obedecemos sus lecciones, nos haremos sabios para salvación. Pero necesitamos proteger adecuadamente nuestros corazones, porque con demasiada frecuencia olvidamos las instrucciones celestiales que hemos recibido y procuramos seguir las inclinaciones naturales de nuestras mentes no consagradas. Cada uno debe pelear su propia batalla contra el yo. Aceptad las enseñanzas del Espíritu Santo. Si lo hacéis, esas enseñanzas serán repetidas vez tras vez hasta que las impresiones sean claras como si hubieran sido “grabadas en la roca para siempre”.—Consejos sobre la Salud, 561, 562.

viernes, junio 03, 2011

Pensamiento Del Día

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Mateo 5:13.
Dios desea cooperar con la iglesia y de ningún modo quiere prescindir de ella. Confío que todos los que han probado la buena Palabra de Dios alumbren “delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” Mateo 5:16. También Cristo dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres”. La sal redentora, el sabor del cristiano, es el amor de Jesús en el corazón, la justicia de Cristo que ha penetrado en todo el ser. Si el que enseña religión desea mantener la eficacia salvadora de la fe, siempre deberá poner delante de él la justicia de Cristo, y tener la gloria de Dios por recompensa. Entonces su vida y su carácter manifestarán el poder de Jesús.

Oh, cuando lleguemos a los portales de perlas y podamos entrar en la ciudad de Dios, ¿osará alguno lamentarse de haber consagrado sin reservas su vida a Cristo? Amémoslo ahora, sin mantener afectos divididos, y cooperemos con las inteligencias celestiales a fin de llegar a ser colaboradores con Dios; para que, participando de la naturaleza divina, podamos dar a conocer a Jesús a otros. ¡Oh, el bautismo del Espíritu Santo! ¡Oh, que los luminosos rayos del Sol de Justicia puedan brillar en las cámaras de nuestra mente y corazón, para que cada ídolo sea destronado y arrojado del santuario de nuestro ser! ¡Oh, que nuestra lengua pueda soltarse para testificar acerca de su bondad y poder!

Si usted responde a la atracción de Cristo, no quedará sin ejercer su influencia sobre los receptores del poder y de la gracia de Cristo. Contemplémoslo para que nuestra propia imagen cambie a la semejanza de Aquel en quien habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente, y podamos comprender que si somos aceptados por el Amado, estamos “completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” Colosenses 2:10.—The Bible Echo, 15 de febrero de 1892.

jueves, junio 02, 2011

Pensamiento Del Día

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Mateo 5:14.
Nuestra fidelidad a los principios cristianos nos convoca a un servicio activo en favor de Dios. Los que se abstengan de utilizar sus talentos en la obra del Señor, no tendrán parte con Cristo en su gloria. La luz divina debe resplandecer en cada creyente que es depositario de la gracia de Dios. ¡Habiendo tantos que están en las tinieblas, hay muchos siervos que no se preocupan ni pierden el sueño por esa situación! Hay miles que se gozan en la gran luz y en las preciosas oportunidades que disfrutan, pero no hacen nada, ya sea con su influencia o su dinero para alumbrar el sendero a otros. Tampoco asumen la responsabilidad de mantener sus propias vidas en el amor de Dios, a fin de no llegar a ser un problema para la iglesia. Los tales se convierten en motivo de preocupación para el cielo. Por consideración a Cristo, por amor a la verdad y por respeto a ellos mismos deberían realizar esfuerzos diligentes en favor de la eternidad. Las mansiones celestiales están preparadas para todos los que están dispuestos a cumplir con las condiciones que establece la Palabra de Dios.

Cristo ofrendó su vida por amor a la gente que está en las tinieblas del error. Por lo tanto, espera que sus verdaderos seguidores sean una luz para ellos. Dios ya hizo su parte en esta gran obra, y ahora está esperando que sus siervos hagan la suya. El plan de la salvación está totalmente desarrollado. La sangre de Cristo Jesús fue ofrecida por los pecados del mundo; y la Palabra de Dios está hablando al hombre mediante consejos, reproches y amonestaciones, y los insta con promesas y palabras de ánimo. A esa asistencia se suma la ayuda del Espíritu Santo para ayudarlo en todos sus esfuerzos. Sin embargo, y a pesar de toda esta luz, todavía hay muchos que perecen en las tinieblas sepultados en el error y el pecado.

A fin de ganar conversos para el mensaje, ¿quién desea colaborar con Dios? ¿Quién llevará las buenas nuevas de la salvación? Los creyentes que han sido bendecidos con la luz de la verdad tienen que ser mensajeros de la gracia. Deben consagrar sus recursos para que fluyan por el canal divino. Sus esfuerzos sinceros tienen que ser puestos en acción a fin de llegar a ser colaboradores con Dios. Para rescatar a otros necesitan renunciar al yo y estar dispuestos al sacrificio personal, siguiendo el ejemplo de Jesús, que se hizo pobre, a fin de que por su pobreza podamos ser enriquecidos.—The Review and Herald, 1 de marzo de 1887.

miércoles, junio 01, 2011

Pensamiento Del Día

Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Lucas 19:10.
Todo el que acepta a Cristo como salvador se compromete con Dios a ser puro y santo, y ser un siervo espiritual dispuesto a salvar a los perdidos, sean estos grandes o pequeños, ricos o pobres, libres o esclavos. La mayor empresa que hay sobre el planeta consiste en buscar y rescatar a los perdidos por los cuales Cristo pagó el precio infinito de su propia sangre. Cada uno debe comprometerse con un servicio activo. Si los que fueron bendecidos con la luz no la difunden, perderán las abundantes bendiciones de la gracia concedida por haber sido negligentes en el deber sagrado, claramente señalado en la Palabra de Dios. En la medida que los infieles pierdan luminosidad, su propio ser se expondrá al peligro; entonces las personas para las cuales deberían haber sido una luz, dejarán de hacer la obra que Dios había determinado realizar a través del instrumento humano. Por eso, al no ser vistas, esas ovejas no son traídas de vuelta al redil.

Como agente humano, Dios depende de usted para hacer lo mejor que está a su alcance, de acuerdo con sus talentos que él mismo desea multiplicar. Si los instrumentos humanos estuvieran dispuestos a cooperar con las inteligencias divinas, centenares de personas serían rescatadas. El Espíritu Santo quiere conceder a sus servidores consagrados una vislumbre de Jesús, quien desea fortalecerlos para que puedan hacer frente a cada conflicto, y también elevarlos y sostenerlos para darle mayores victorias. Cuando dos o tres se unen para ponerse de acuerdo, y después elevan sus peticiones, cuentan con la siguiente promesa: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá... Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” Lucas 11:9, 10, 13. El Señor prometió que donde hayan dos o tres que se reúnan en su nombre, él los acompañará. Los que se juntan para orar, recibirán la unción de aquel que es Santo.—The Review and Herald, 30 de junio de 1896.