Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados. Isaías 57:15.Cuando un hombre tome en sus propias manos las riendas para conducir e impulsar la obra de Dios, recibirá su paga, porque aquélla se verá afectada por terribles equivocaciones. La razón se anubla, aun frente a la grandeza de la luz, a menos que el instrumento se coloque bajo el yugo de Cristo. Satanás inventará cada día algún plan, cuando piense que puede brindar una mano de ayuda para sembrar sus malezas entre el trigo. El vicio no ha de ser mezclado con la virtud, y debe proclamarse en tono inconfundible, ahora mismo, mientras se está realizando la obra misionera: “Salid de en medio de ellos y apartaos dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré”. 2 Corintios 6:7. Dios está obrando ahora en favor de su pueblo, pero cuántos hay que no distinguen la obra de Dios de una obra extraña.
Descorriendo el velo que oculta la gloria de Dios, se lo ve en su lugar, sublime, santo y elevado, no en un estado de soledad sino rodeado por diez mil veces diez mil y miles de miles de seres santos y felices, todos aguardando llevar un mensaje, cumplir sus órdenes. El cielo entero se halla en comunicación activa con cada parte del universo a través de una variedad de canales; y el Santo está atento, inclinándose desde su trono para escuchar cada sonido que se pronuncia, observando los movimientos de cada influencia terrenal. Allí se ve al Ser más elevado condescendiendo con el más humilde, aprobando o condenando cada acción que se realiza.
Está interesado en los oprimidos y envía mensajeros para ocuparse de la obra relacionada con el Evangelio en beneficio de los seres que han corrompido su mente y sus pensamientos, a fin de conectarlos con la verdad y la justicia. A menos que lleguen a ser rectos, contaminarán a otros. Hay una obra que debe ser hecha en nuestro mundo, pero si el camino del Señor no se sigue con precisión a fin de colocarlos en la senda de la vida mediante la conversión, hay razón para sentirse preocupados de que Satanás se interponga para dominar a los pecadores a quienes nuestras instituciones tratan de ayudar.
Satanás está empeñado en la perdición de las almas por las cuales Cristo murió. En nuestro celo por hacer la obra del Señor, debemos aseguramos de que no estamos caminando delante de Cristo, en lugar de hacerlo detrás de El.—Carta 171, del 9 de enero de 1900, dirigida a Edson y Emma White.