Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. Proverbios 4:18.A un costo infinito se hizo provisión para que podamos alcanzar la perfección del carácter cristiano. Los que han tenido el privilegio de escuchar la verdad, y, gracias al Espíritu Santo recibieron la impresión de aceptar las Escrituras como la voz de Dios, no tienen excusas por ser pigmeos en la vida religiosa. Mediante el ejercicio de las facultades que Dios nos ha dado, diariamente debemos aprender a recibir, sin interrupción, el poder y el fervor espirituales provistos para los verdaderos creyentes. Si deseamos ser plantas crecidas en el huerto del Señor, en verdad necesitamos tener una constante provisión de vida espiritual. Entonces, el desarrollo se producirá en la fe y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. No existen términos medios para desentendernos de nuestra responsabilidad. Con el fin de desarrollar un carácter religioso sólido, debemos mantener nuestro avance rumbo al cielo.
La medida que recibamos del Espíritu Santo estará en proporción a la dimensión de nuestros deseos, a la fe ejercida por ellos, y al uso que hagamos de la luz y del conocimiento que se nos dio. El Espíritu Santos será impartido de acuerdo con la capacidad que cada uno desarrolle para recibirlo, y para darlo a conocer a otros. Cristo dijo: “Todo aquel que pide, recibe; y el que busca halla” Lucas 11:10.
El que realmente busca la preciosa gracia de Cristo, estará seguro de no ser defraudado. La promesa la hizo Uno que no nos decepcionará. No es una teoría o una máxima religiosa, sino un hecho, como lo es la ley del gobierno divino. Podemos estar seguros de recibir el Espíritu Santo, si individualmente tratamos de experimentarlo al someter a prueba la Palabra de Dios. El es verdad; su orden es perfecto. “El que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” Lucas 11:10. La luz y la verdad brillarán de acuerdo con nuestro deseo interior. ¡Oh, que todos seamos hambrientos y sedientos de su justicia, y que podamos ser saciados!—The Review and Herald, 5 de mayo de 1896.